La travesía de Tupah
Raúl Prada Alcoreza
El cine, imagen-movimiento
e imagen-tiempo, según Gilles Deleuze, es quizás el acontecimiento paradigmático de la modernidad, la expresión
audiovisual se manifiesta en tramas,
que se tejen en distintas capas entrecruzadas. Ya no se trata de la trama expresada en la escritura
literaria, tampoco de las composiciones musicales, que si se quiere
corresponden a otro tipo de entramado,
tonal y sonoro; sino tramas
compuestas en imágenes, combinadas
con acústica y diálogos, donde aparece, si se quiere, la herencia de la
literatura. Entonces, se comprende la mayor exigencia en el cine respecto a
conformar una trama y lograr una narrativa compuesta. Lograrlo es toda una tarea titánica de
coordinación, de componer precisamente la trama
compuesta audiovisual y narrativa.
La película de Marcos Loayza Averno ha logrado esta hazaña. ¿Cómo
podemos aseverar esto? ¿Cómo podemos corroborar lo que aseveramos? Primero,
¿qué es lo que vemos en la película? Fuera de las analogías que pueda haber con
la mitología griega, que las hay, no solamente en esta película, sino en otras,
nacionales e internacionales, así como en la recurrencia a este arquetipo en la literatura, lo más significativo en la película es lograr no
solamente poner en pantalla el imaginario paceño, por lo menos,
correspondiente a lo que interpreta
como acontecimiento barroco de la
ciudad de La Paz, enclavada en las montañas y acurrucada en sus sueños, pero
también en sus misterios. Me animaría a señalar un barroco paceño, que obviamente ha venido cambiando con los tiempos,
pero también una especie de surrealismo
paceño, que rompe las fronteras entre lo real y lo ficticio. Pueden
no ser muy atinadas estas definiciones,
sin embargo, por ahí van, como aproximaciones
interpretativas de las singularidades
imaginarias de una ciudad que es residencia de entrelazamientos culturales y entramados pasionales.
Los escenarios
urbanos del Averno son casi los escenarios configurados en la novela Felipe Delgado, ciertamente con la
actualización al presente eterno,
cambiante, sin embargo, repetitivo en
su diferencia. Salvo uno que otro cuadro pictórico que muestra, mas bien,
por donde se ha expandido la ciudad y es distinta. El personaje central Tupah,
que alude al mito de Tunupa, por lo
tanto, mito andino, no griego,
incorpora este substrato simbólico,
que reaparece con las menciones a Katari,
a la serpiente de la maca-pacha, que
se convierte en serpiente alada, es decir, de la alaj-pacha; Tunupa inmanente
en la geología y Tunupa emergiendo
volcánico. Aunque sea solo una alusión semántica, con el nombre del personaje,
hay que tenerla en cuenta en la interpretación de la película.
El arquetipo
de la mitología griega tiene que ver
con nuestra pertenencia al mundo, el arquetipo andino de Tunupa tiene que ver con nuestra pertenencia a nuestro mundo, el singular;
la manera cómo recibimos las herencias de la tierra y las culturas propias y
las formas cómo las articulamos a las herencias que nos dona el mundo. Este es el encanto de toda singularidad, es propia y se integra a
otras singularidades, las del mundo.
El tío
es el personaje de la búsqueda, pero también el personaje que aparece al
principio de la película, en el sueño de Tupah. La tarea encomendada a Tupah es
encontrar al tió y traerlo para que
toque en el entierro de un oficial de alto rango de la policía, que acaba de
morir, apellidado Gómez. La tarea la encomienda, nada más y nada menos, que un
funcionario del Estado, un funcionario oscuro del ministerio de gobierno. El fin parece pedestre, tocar en el funeral
boleros de caballería, boleros que hacen llorar a coroneles y generales. El tío es un trompetista cotizado de una
banda con prestigio. Entonces, el fin deja de ser trivial cuando se trata
de la muerte, de despedir a un
oficial que ya se encuentra en el Averno
y sus proximidades. Muchos muertos se citan con los vivos en el bar Averno, es donde se encuentran y quizás
no regresan. Tupah regresa después de haber vencido al cuisillo, que, en este caso, el de la película, hace de demonio al que se tiene que retar a una
lucha, de antemano perdida. Tupah lo vence y puede volver al bar para
llevárselo a su tío.
Jaime Saenz aparece en la película,
ineludiblemente en la noche, con las
luces prendidas de la habitación cuya ventana da hacia la calle. Aparece como
se lo presenta en algunas fotografías, con su manto de awayo, sus gafas, su barba y su estilo misterioso de habitar la noche; en una habitación atiborrada de
artefactos, de artesanías y de símbolos, incluso cristianos como el de Santo Santiago
y la cruz, que se hace visible, colgada en la pared. Los libros se acumulan en
la biblioteca y las velas están prendidas cumpliendo con la ceremonia. Esta
breve aparición del escritor de Felipe
Delgado revela la conexión de los entramados
de la película, sobre todo, en los diálogos, con la novela, que narra en claves del barroco cultural paceño y en reflexiones
vitalista que hacen eco de los
pensamientos intempestivos de Friedrich Nietzsche.
En la travesía de Tupah, que puede ser una odisea urbana, así como la odisea urbana de Ulises de James Joyce, así como la travesía de Orfeo, pero, también la travesía de Tunupa, sobresalen dos encuentros, con el Anchanco y con el Lari Lari.
Los diálogos con Tupah recuerdan a las reflexiones del brujo de Felipe Delegado y del mismo Felipe de la novela. En este
caso, son demandas dichas en forma de acertijos, por parte de ambos a Tupah, al
que simulan quererlo ayudar en su comedido. Ambos personajes pertenecen al mundo oculto de donde provienen los aparecidos, en la forma que imagina la narrativa popular singular andina. La sorna y la ironía de estos diálogos o monólogos
hacen paráfrasis con la ironía trágica y dramática de Jaime Saenz, en Felipe Delgado.
La persecución a la que es sometido Tupah,
después de haber matado al “Príncipe de la noche”, en un combate imprevisto, en
medio de la fuga de Tupah de su verdugo, el minotauro,
por parte de las pandillas que quieren matarlo, aparece como amenaza y condena
de ciertos dominios nocturnos,
compensados con la presencia de otras fulguraciones
nocturnas, que más bien lo ayudan y lo protegen en su travesía. No se hace
reminiscencia exactamente a una lucha entre bien
y mal, pues las ñatitas consultadas, las calaveras femeninas, le transmiten
mensajes indispensables para que Tupah pueda culminar su travesía exitosamente.
También el Tata Santiago lo salva de ser abatido por las pandillas que lo
tienen rodeado en túnel que conecta San Pedro con Sopocachi. Se trata de la
concurrencia entre las fuerzas que
atraviesan la noche e impulsan sus desenlaces.
Como se puede ver, el guion no era nada fácil
de realizarlo como cine, como imagen-movimiento
e imagen-tiempo; sin embargo, con los
recursos al alcance, incluyendo actores, el director ha logrado plasmar una narrativa compuesta, audiovisual y
dialogal, integrando los distintos planos
de intensidad en una secuencia figurativa de donde emana el sentido inmanente: la inseparabilidad de
la vida y la muerte, la inseparabilidad de lo imaginario y la realidad.
Se pueden encontrar falencias en la
exposición misma de la película, como la relativa a algunas actuaciones, pero
estas son perturbaciones mínimas en la cinemática de la película. La integridad
lograda de la composición se mantiene; la realidad
y la ficción se cruzan constantemente,
aunque haya solo islas descriptivas
de la realidad, como cuando se
presenta a la familia de Tupah, o haya islas
alucinantes de, si se quiere, irrealidad,
como las relativas a las últimas escenas, salvo el encuentro y los abrazos de
los amigos, los lustrabotas del grupo de Tupah. Estas islas son parte del paisaje-movimiento,
jugando con la metáfora binaria de Deleuze, paisaje social y paisaje
subjetivo.
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