En su última película, el director y guionista Marcos Loayza parte de una idea excelente: contar una historia que le permita usar y recrear parodicamente los espacios y los personajes del submundo paceño, cuya entidad es indudable y ya ha sido aprovechada en numerosas ocasiones, aunque en tono serio, por la literatura.
La Paz cuenta con una poderosa mitología urbana que proviene eclécticamente de sus profundas raíces culturales –indígenas y cristianas–, así como de su obsesión por los disfraces y los seres del inframundo, y de su inveterada adicción al alcohol y la fiesta. Y esta mitología da para muchos diferentes tipos de aproximación.
Loayza tomó además la decisión, que también me parece buena, de intentar uno de los tipos clásicos de la narración de ficción: el viaje de conocimiento, solo que, una vez más, de hacerlo en clave paródica.
Como resulta típico en esta clase de narraciones, el protagonista es un muchacho (“Tupah”, interpretado por Palo Vargas), el cual, como un moderno Orfeo, debe atravesar el difícil camino al inframundo, es decir, pasar por todos los bares habidos y por haber, tanto imaginarios como vagamente históricos, para llegar finalmente al inframundo mismo, al bar el “Averno”, donde se encuentra un tío que quiere rescatar de allí. La alusión mitológica es evidente y, por casualidad, coincide con la que hace otro filme que se encuentra en cartelera, la megaproducción de animación “Coco”.
Una tercera decisión de Loayza –ya no tan afortunada– fue combinar el tono de la película, que en mi opinión debió haber sido paródico de principio a fin, con momentos que o no son nada graciosos ni burlescos por chapucería o no lo son por la pretensión de darle a la película un mayor rango artístico, es decir, tratándola como si de veras estuviéramos ante un viaje iniciático y no simplemente ante un divertimento en el que Loayza se solaza y se ríe con/de un conjunto de sub-religiones paceñas: el culto a los lustrabotas, el culto a Jaime Sáenz, el culto a los bares bizarros, y por supuesto el culto a alcohol, deidad primera del panteón paceño y boliviano. Esta imprecisión en el tono es la que impide una explotación más interesante de las situaciones humorísticas que propone la película, que podía haberla convertido en una divertida e interesante comedia.
La realización de los planes
Teniendo un material de gran potencial, que podía haber dado como resultado una película original y memorable, Loayza lo malgasta por culpa de dos cosas. Primero, su vieja debilidad --que sin embargo él, a lo largo de su ya extensa carrera, no ha querido corregir pidiendo ayuda de otros escritores-- que es su poca habilidad como narrador. Loayza es sin duda muy creativo, y eso se nota en la idea original y en los diálogos paródicos de la película, pero en cambio no logra que las diversas situaciones narrativas se presenten con fluidez y credibilidad (aunque sea dentro del marco onírico en el que pone a su obra al presentar como primera escena un exuberante sueño de Tupah).
Es notoria la ausencia de diálogos funcionales a la historia, en los que por ejemplo el protagonista se sorprenda por lo que está pasando, que es tan exótico pero a él lo deja impertérrito. Al mismo tiempo, muchos personajes gozan de omnisapiencia, es decir, están enterados a priori de quién es Túpah, qué quiere hacer, etc., lo que resuelve muchos problemas al guionista, pero al costo de socavar la necesaria complicidad del espectador, que también quiere “descubrir” lo que está pasando en la pantalla.
Lo anterior quizá no hubiera pesado tanto si no fuera por el peor problema de esta película (que después de “Engaño a primera vista” y “Las Malcogidas” creíamos ya superado): una actuación realmente amateur, sin ángel e incluso desastrosa de parte de demasiados actores (con algunas excepciones de nombres conocidos que sin embargo, la verdad, se notan poco).
Es obvio que Vargas tenía la apariencia, pero no la capacidad histriónica adecuada para sostener un largometraje como éste. Es obvio que varios de los otros actores repiten sus líneas sin creérselas y hasta parece que sin entenderlas del todo. Lo que no es obvio es porqué, pese a eso, se decidió ponerlos en la pantalla “así nomás”.
¿Por qué el éxito?
Pese a lo señalado, la idea original es tan poderosa que sobrevive a los errores (yo no me aburrí en ningún momento mientras veía esta película), lo que se nota en la afluencia de los espectadores a este filme, que me parece terminará siendo uno de los más taquilleros de Loayza.
Lo que los espectadores disfrutan en especial es el ambiente de bajo mundo, muy bien recreado por los encargados del vestuario, de las locaciones, del maquillaje, que se merecen un aplauso aparte.
Los espectadores también hacen una lectura en clave “comedia popular” (riéndose porque alguien dice “tirar” o porque alguien se da un golpe en la cabeza) que desgraciadamente para ellos solo es plenamente posible durante los primeros dos tercios del visionado.
En suma, ¿qué decir? Un diamante mal pulido, que brilla todavía, pese a que está trizado. Dan ganas de sentenciar, con una salida fácil, que de “buenas ideas se halla tachonado el camino al Averno”.
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