martes, 23 de enero de 2018

Mitsuko Shimose

Autor: Mitsuko Shimose

El sol se oculta en la ciudad de La Paz en época de Todos Santos y  los mitos andino-amazónicos se hacen carne para habitarla. Ésta es la propuesta que hace Marcos Loayza en Averno (2018), cinta basada en leyendas resguardadas en el imaginario popular.
Loayza propone personajes míticos que se podrían dividir en dos: los que se convierten en leyendas (como el caso de las pandillas del siglo pasado o el escritor y poeta Jaime Sáenz envuelto siempre en un aura de misterio) y los que surgen de ellas (el Anchancho o el Lari-Lari).
Es con la personificación de estos mitos que el joven lustrabotas Tupah (Paolo Vargas) se encuentra durante su travesía, personajes y seres a quienes conoce y con los cuales comparte en los diferentes subsuelos que le toca descender hasta llegar al Manqha Pacha (mundo de abajo) para rescatar a su tío Jacinto (Adolfo Paco), algo que solo logrará internándose en  la mí(s)tica noche paceña.
De ese modo, el protagonista realiza su búsqueda por distintos bares paceños, empezando por el Colosal (el lugar que está más cerca del cielo), desde el cual es enviado a La Oficina, que es donde comienza su aventura mí(s)tica.
Pero antes de ingresar al Manqha Pacha, Tupah debe pasar por el purgatorio. Así, es perseguido por un personaje bien logrado que muestra la fuerza de un minotauro (Fred Núñez), por lo que termina recorriendo vericuetos que se asemejan a un gran laberinto, pasando del Aka Pacha (mundo de acá) al Alax Pacha (mundo de arriba), donde todo se ve inmaculado, pero que al mismo tiempo es la puerta que necesariamente debe cruzar para iniciar el descenso hacia el Averno, tugurio donde estaba su tío.
En el primer subsuelo, tiene que enfrentarse con el jefe de todas las pandillas, el mítico Príncipe de la noche, a quien termina venciendo en una lucha cuerpo a cuerpo. Sin embargo, es gracias a este triunfo que se gana la animadversión de los pandilleros que buscan venganza, por lo que la huida y el vencer obstáculos se vuelven una constante.
En el segundo subsuelo Tupah encuentra a un grupo de delincuentes que rezan fervorosamente a San Andrés para que su robo sea exitoso. En este piso, el protagonista continúa preguntando por el Averno, por lo que uno de los bandidos lo envía a la casa de Jaime Sáenz, escritor y poeta mítico cuya narrativa fue inspirada por la ciudad de La Paz y sus misterios nocturnos, para que sea él quien le indique las coordenadas de este bar de mala muerte.
Ya en el tercer subsuelo, aparece Sáenz (MiguelangelEstellano) como un personaje bien construido porque logra transmitir el aura que lo envuelve.
Antes de llegar al cuarto subsuelo, Judith (Sydney Sánchez), una prostituta con la que se encuentra en el camino, le brinda finalmente la llave para abrir la puerta del Averno: un talismán protector en forma de serpientes.
Desde aquí empieza su encuentro con los seres míticos como el Anchancho (duende cuya existencia se da en el espacio subterráneo del interior de la mina, interpretado por Freddy Chipana) que se presenta maravillosamente encarnado gracias al maquillaje y al vestuario,  pero cuyo discurso está repleto de una serie de acertijos que más allá de que parecerían no estar relacionados con su personaje, tampoco llegan a enriquecerlo.
En su paso también conoce a Roberto Lara o Lari-Lari (animal mítico cuyas presas favoritas eran los niños recién nacidos que todavía no habían sido bautizados, el cual, aunque magistralmente interpretado por Alejandro Marañón, no termina por esclarecer del todo ni su origen ni su objetivo).
No obstante, es él quien lleva a Tupah a una de las mejores escenas de la película, fotográficamente hablando: un bar inundado de cerveza por la cantidad de personas que comparten esta bebida con la Pachamama, convirtiéndose así en un acto ritual.
Por otro lado, está el tema de las dualidades, algo fuertemente presente en el filme (vida y muerte, día y noche, bueno y malo, deseo y miedo, etc.) y cuyo punto a favor radica en que no son manejadas de forma maniquea, sino más bien desde la cosmovisión andina de lo complementario (los opuestos no deben luchar entre sí, sino entenderse e integrarse para un bien común).
También se advierte la lógica de los dobles (los dos gordos, los dos guardianes del Colosal y los dos del Averno, los tíos gemelos —Jacinto y Anselmo—, las dos ñatitas —Tapia y Reynaga—, los dos Tupah —uno el lustrabotas y el otro el kusillo—, etc.), la cual conversa perfectamente con los planos indirectos, coadyuvando con esto, precisamente, al sentido de dobles mediante los reflejos, especialmente cuando Tupah —después de haber matado al Príncipe de la noche— se sienta al borde de una fuente y la imagen de un semblante aturdido, al saberse perseguido por quienes buscan venganza, se proyecta en el agua. La cámara tampoco sería la excepción, ya que no observa al protagonista, sino que lo confronta consigo mismo, es decir, a sí mismo desdoblado, logrando esto mediante la intimidad que generan los primeros planos.
Dado que todo este recorrido se realiza en un tiempo y espacio determinados (la noche de La Paz), la ciudad también tiene un rol importante en Averno, tanto que se convierte en un personaje más… es por eso que, a momentos, uno llega a centrar su atención en el reconocimiento de locaciones más que en el personaje principal.
Este protagonismo que adquiere la ciudad requiere, pues, de una nueva mirada tanto de Tupah como del espectador, más aún cuando durante su recorrido nocturno, ésta es habitada por mitos. Sin embargo, si bien la focalización estaría en el espacio, al encontrarse dentro del género de aventuras, se esperaría que el héroe presente algún cambio, el cual, aunque pequeño, se da, pero que no se advierte, generando, a momentos, una sensación de linealidad y monotonía.
En esa vía, la escena que muestra un ligero guiño de transformación del héroe es cuando Tupah —atendiendo a la sugerencia de la dama del Averno (Roswita Huber) y cuando emerge de ahí con la primera luz del día acompañado de su tío, quien para salir completamente de ese mundo de abajo saca un sapo de su bolsillo— bota su “máscara”(la cual representaba su imagen pública como lustrabotas) y conserva su dije de serpiente para convertirse en arquetipo y así estar dentro de la herencia del inconsciente colectivo del imaginario mítico andino-amazónico que descubrió durante su viaje nocturno.
Así, la travesía de Tupah concluye exitosamente, aunque el epílogo de la cinta se haya quedado corto ante tan magno triunfo de un héroe anónimo que pudo superar todos los obstáculos que le impuso la noche de una ciudad habitada por mitos. Quizá esto haya sido intencional, justamente para remarcar la cosmovisión andina de complementariedad… o tal vez simplemente tengamos que aprender a ver con otros ojos nuevas miradas.

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