miércoles, 17 de enero de 2018

Isabel Mercado

Siempre hay un presagio que nos advierte. Un sueño, una sospecha, una incomodidad que luego se diluye. De una forma u otra, sólo cuando la intuición se concreta se siente que la estábamos esperando. Es un alivio.

De alguna manera, esa sensación de momentánea plenitud me dejó Averno, la recién estrenada película de Marcos Loayza. Fue como si ese viaje que emprende el protagonista de la historia, Tupa, fuera mío. El viaje que tenía (que todos tenemos) postergado.

Aunque Loayza ha descrito su película como un filme de aventuras en una noche paceña poblada de personajes de la mitología urbana, Averno -como también él sostiene- tiene vida propia. Y esa es la vida que adopta en cada uno de nosotros cuando acompañamos a Tupa en su peregrinar nocturno en busca de su tío.

El joven lustrabotas alteño recibe el pedido (casi una orden) de buscar a su tío, músico de una banda de morenadas, en el Averno; más que un bar, el último escalón antes del infierno. Y la búsqueda de Tupa es el viaje que finalmente hacemos los espectadores desde las butacas.


Sin entenderlo bien, como el propio Tupa, y apenas guiados por intuiciones y urgencias inesperadas, en Averno caminamos a tientas entre lo real y lo imaginario, y  al hacerlo nos vamos reconociendo e identificando.

Las imágenes, los miedos y los presagios que hacen parte de nuestro mundo personal toman  forma en sus escenas y empezamos a encontrarnos  no solamente en las calles y las atmósferas profundamente paceñas, sino en la propia historia. El viaje pendiente finalmente se concreta.

Averno es la mejor de las películas de Marcos Loayza hasta ahora.  Una muy buena historia  acompañada de una buena dirección artística y fotográfica. Las actuaciones, la edición y la banda sonora completan la apuesta, que es arriesgada. Afortunadamente arriesgada.

Loayza dice que ha pensado este guión por más de 10 años y que ha invertido tres en hacer la película y es algo que se nota: las escenas son bien cuidadas, trabajadas con precisión y esmero. Casi poéticamente.


En Averno hay una aventura que no permite distracciones. Se trata de una búsqueda y una persecución en las que la realidad y la imaginación recorren un mismo sendero. Como en una película de ficción a las que nos tiene acostumbrados la industria de Hollywood, en Averno se vive el vértigo del peligro, pero a diferencia de las grandes producciones de héroes inmortales y chicas hermosas, lo que seduce al espectador es la inesperada aparición de personajes que son en realidad encarnaciones de los mitos que alguna vez -o siempre- poblaron nuestros sueños o pesadillas. 

“El cine es un arte compartido, es un arte de autor, no en sentido de que la hace un individuo, sino en el sentido de que muchos trabajan para darle a la obra autonomía, para que la obra solo pueda rendir cuentas a la obra misma”, dijo el director en el estreno. Y fueron sus palabras, premoniciones constadas en los siguientes 90 minutos. Esta película subyugante arranca con buenos augurios un nuevo año para el cine boliviano; y el mejor para su creador, Marcos Loayza.

Verla es un placer. Es un alivio.

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