lunes, 15 de enero de 2018

Andrés Canedo

AVERNO
Cine Boliviano
Dirección: Marcos Loayza
Orfeo viaja a los infiernos con el objeto de rescatar a su amada; Tupah, viaja al Averno para rescatar (traer) a su tío, el músico de una banda; una banda de música (metales y percusión) en el más puro sentido boliviano. Ambas historias, aunque con este rasgo que las acerca, son en realidad muy distintas y con finales opuestos. El infierno de Orfeo, era un verdadero Hades; el Averno de Tupah, es un bar que, sin embargo, es el infierno.
Tupah, es un joven lustrabotas, hijo de una chola, que empieza teniendo una pesadilla, sin saber que al día siguiente se sumergirá, consciente, en otra, más terrible, más asombrosa, en la que varios seres malignos le anunciarán su muerte para el fin de la jornada y, otros, benignos, tratarán de protegerlo, tránsito que él realizará, a través del submundo de la noche paceña, protegido sobre todo por su absoluta inocencia. Es que la orden perentoria que le da ese personaje influyente, ligado con la policía, de buscar y traer a su tío el músico, alcohólico consuetudinario, no admite vacilaciones. Así lo veremos deambular a través de los meandros de la noche por los lugares más terribles de La Paz. En este largo viaje hacia la noche, se enfrentará a las situaciones más tremendas y recorrerá una escenografía surrealista encontrándose con personajes de la mitología aymara que son apariciones insospechadas y que él resistirá con la fuerza de su candor. También, personas reales, las putas por ejemplo, lo protegerán mientras se dirige hacia su destino en el Averno. Son las estaciones de ese tránsito, las que colman de belleza a la película, en un recorrido por lugares y personajes que nos sacuden no por su irrealidad, sino porque nos recuerdan, aunque lejanamente, situaciones que nosotros mismos hemos vivido. Dos momentos notables son, por ejemplo, ese caminar esquivando las máscaras diseminadas en el piso, o el bar con el piso líquido, en el que los bebedores chapotean, lleno de la cerveza que ellos mismos brindan como homenaje a la Pachamama. Mucho de lo que sucede en esa noche, nos lleva al recuerdo de imágenes, o más bien de emociones, que quedaron en nuestra memoria de los espacios en que transcurre Felipe Delgado, la novela de Jaime Sáenz. Es más, uno de los personajes de la película durante este tránsito, es don Jaime, cuya caracterización nos recuerda imperiosamente al citado poeta, experto, lo sabemos, en los misterios más oscuros de la noche paceña. Si la escenografía, dentro de su refulgir tenebroso es deslumbrante, también lo es el vestuario de los habitantes de los bares y la actitud de los personajes allí mostrados, a veces hierática, a veces congruentemente absurda, a veces aterradora.
Finalmente Tupah, ya en el fondo del Averno, se enfrentará a Kusillo para decidir su destino. Sería inútil tratar de desentrañar las razones últimas de este enfrentamiento (si bien se nos hace claro que es la condición necesaria para llevarse al tío) pues el Kusillo, que hasta donde sabemos es una especie de bufón alegre, oficia aquí como el príncipe de los infiernos. No es posible establecer una ilación lógica en los sueños y la película de Loayza, de alguna manera, es también como una pesadilla. Todos los personajes (algunos que responden a la realidad y otros que están apenas en el límite de la misma e incluso más allá) están muy bien actuados y Tupah (Paolo Vargas) nos pareció impecable, sobre todo en su capacidad de transmitir una inocencia que lo cubre y lo protege, que le brinda invulnerabilidad, en medio de los terribles sucesos que le acontecen. De los otros actores, sólo pude reconocer a Fred Nuñez y Cacho Mendieta (los créditos sólo aparecen al final y no es posible recordarlos) pero la actuación, en general, no muestra grietas. La iluminación es también notable y hace posible el generar ese ambiente onírico en el que transcurren las escenas. No es mi oficio y no podría hablar con conocimiento de encuadres, planos o secuencias, pero a mí, como espectador común, me parecieron justos. Es que la película es prolija, elaborada con la pasión y la constancia de un artesano. Había visto antes dos obras de Marcos Loayza, las dos abundantemente premiadas: Cuestión de Fe y El corazón de Jesús. Sin embargo, tengo la impresión que Averno es una obra mayor, por su precisión, por sus detalles laboriosos, por su belleza visual y por su historia inusual que nos atrapa y nos hace verla, durante todo su transcurso, con absoluto respeto. En eso se fundamenta, pienso, su universalidad, a pesar de ser tan intrínsecamente paceña. Uno sale del cine meditando y, si se me permite la expresión, “en estado artístico”, que es, de alguna manera, un estado de gracia debido a los dones recibidos. Hay que verla, es necesario, es imperativo, para enfrentarse a una notable experiencia espiritual que nos llega a través de los sentidos.
Aunque hace muchos años que no nos vemos, he sido, soy, amigo de Marcos Loayza. Es por eso, que a pesar de mi situación que me obliga a ahorrar cuanto se pueda, decidí ir al cine, brindarme un premio y una satisfacción que me los merezco; eso me dije y no me equivoqué. Fue también la intuición la que me impulsaba a ir a ver esta película. Y ese fenómeno, no racional, me recompensó abundantemente, como cuando intuíamos que nos encontraríamos con una mujer hermosa en todos los sentidos y que la vida, como consecuencia de ello, nos honraría con su maravilla.
Andrés Canedo

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