Autor: Claudio Sánchez
Difícil no acercarse a una película sin tener en cuenta “la obra” de su director, más aún, cuando él ha sido sinónimo de renovación para el cine. Marcos Loayza, en su condición de “autor”, tiene – hasta ahora – temas constantes en sus películas, lugares recurrentes en sus propuestas estéticas y espacios comunes en sus guiones. Se puede apuntar en este sentido al menos dos cuestiones importantes de su filmografía: el humor (transversal a todas sus películas, sin que esto quiera decir que recurre a lo chistoso o al chiste) y la cuestión sociopolítica (ninguno de sus largos hechos en Bolivia deja de tener un componente de reflexión social sobre tal o cual tema, donde subyacentemente tienen un contenido político importante). En su más reciente largometraje se presenta un Marcos Loayza que parece más bien dar paso a una “marca Loayza”.
Averno, la nueva película de Loayza es la historia de Tupah, un lustrabotas quien es “comprado” para buscar a su tío en algún lugar de la noche paceña. Esta “compra”, que da motivo al personaje principal para emprender la aventura épica, no parece ser inspiración suficiente para cambiar los planes de un día común y sin mayores razones dar paso a lo extraordinario. Sin embargo es un recurso válido para empezar la historia.
Tupah acepta el dinero y también “el trabajo”. Teniendo presente que hay un sueño de la noche anterior que lo tiene inquieto. El joven lustrabotas ha soñado con su tío. Esta primera cuestión en la película organiza el relato, hay un mundo de los sueños, un lugar para lo onírico, y otro espacio para la realidad, más la realidad se nutre de los sueños y los sueños son reflejo de la realidad. He aquí la primera licencia que se toma el realizador para presentar una película de “fantasía” o como se le solía llamar de “realismo mágico”.
Si hay algo que hace Loayza en Averno es darle imagen a las palabras, recurre a la tradición oral y al relato escrito para construir imágenes. Entrega una versión visual del imaginario colectivo desde su propia inspiración. El director hace un interesante ejercicio de restauración del imaginario urbano en nuevas generaciones a partir de sus propias creaciones, llámese Lari Lari o Anchancho. Estas son creaciones de Loayza, son sus criaturas, y es con ellas con quien decide construir un relato que dialoga con la literatura más paceña, como también con aquella que es Universal. La imagen en función de la palabra es un riesgo, porque la imagen tiene su propio lenguaje, si la imagen solamente usa a lo escrito como inspiración y no como traducción de esta, entonces se tiene un resultado de valores estéticos ponderables, los cuales hacen las diferencias frente al sólo hecho de adaptar, siendo que entonces se hacen creaciones, he aquí Marcos Loayza, creador de un imaginario visual desde la oralidad y la literatura.
Ahora bien, la denominada “marca Loayza” llega como un nuevo valor en la obra del director. Averno es una película que cuenta en la producción con la presencia de dos “otros Loayza”, los hijos del cineasta ocupan lugar en la realización y producción de la película. Este dato, más allá de ser también una anécdota, propicia nuevos insumos para hacer otras lecturas sobre lo que Averno puede ser en la carrera de Loayza. La película se nutre de códigos visuales más contemporáneos, que recurren a cuestiones mucho más modernas que la tradicional forma de narrar que tiene Marcos Loayza, la puesta en escena que acude a las formas del videojuego –por ejemplo – pueden ser una clara muestra de lo que aquí se dice. Por esto mismo hay una atemporalidad en el relato, Averno no se puede ubicar en la actualidad de La Paz como espacio urbano, y sin embargo tampoco se puede desconocer su condición de contemporánea, es un lugar donde se encuentra más de una época, esta convivencia genera también mayores niveles para su comprensión y análisis. La Paz de Averno es una ciudad de padres e hijos, tal vez por eso mismo sea una película dedicada a “la madre”.
Averno de “marca Loayza” se presenta en las pantallas nacionales como un hito dentro de la carrera del director por esta opción de hacer cine con un equipo íntimo (familiar) que le otorgan a la película valores que refrescan – de cierto modo – la actualidad cinematográfica del país. Es una nueva etapa en la carrera del cineasta “mayor” y un acertado debut de “los menores” que orbitando entorno al padre brindan luces de talentos propios que pueden consolidarse en el futuro inmediato. Esta no es una película solamente de Marcos Loayza, es una película de “marca Loayza”.
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