Al margen de un nombre fuerte como el de Jorge Sanjinés, el cine boliviano sigue siendo un plato una perla a ser desenterrada, incluso en el circuito de festivales. La reciente Viejo Calavera, de 2016, permitió conocer un poco más de su producción actual. Averno es un nuevo exponente.
Tupah (Paolo Vargas), un joven lustrador de zapatos, recibe un misterioso encargo: encontrar a su tío Jacinto, un músico desaparecido hace tiempo. Será el comienzo de una búsqueda en la que se mezclan realidad y fantasía, leyendas andinas y mitos bíblicos, el mundo de los vivos y el de los muertos.
Desde la primera escena, que consiste en una pesadilla de Tupah, Averno emprende la misión de combinar diferentes elementos en el marco de una historia de aventuras con momentos de humor, ambientada durante una noche repleta de peligro, seducción y misterio. El protagonista interactúa con las versiones más terrenales de seres mitológicos como Lari Lari (una bestia perteneciente al folklore del altiplano), el minotauro y diferentes tribus y entidades mágicas. La estructura del guión -Tupah salta de un ámbito a otro- remite al mito de Orfeo y al de clásicos cinematográficos del calibre de Los Guerreros, de Walter Hill (se presentan varias pandillas, cada una con una identidad propia), que a su vez está inspirada en la Anábasis de Jenofonte.
La película también significa el regreso al cine de Marcos Loayza, que desde los ’90 se convirtió en un referente del cine boliviano. Cuestión de Fe, de 1995, su ópera prima, le valió toneladas de premios, y luego vinieron Escrito en el Agua (de 1997, filmada en Argentina), El Corazón de Jesús y Las Bellas Durmientes. Averno es una de sus propuestas más ambiciosas, y también de corte fantástico, donde los elementos más estrambóticos se van confundiendo con la vida real.
El único defecto reside en la poco expresiva actuación de Paolo Vargas y en el desparejo desempeño de los intérpretes en general; más de una vez amenazan con atentar contra el equilibrado tono del film.
Aún con sus imperfecciones, Averno es una propuesta interesante gracias a la pericia de Marcos Loayza para crear un cóctel de elementos y referencias que conviven de una manera fascinante y entretenido, haciendo equilibrio en el límite entre el ridículo y la pretensión artística. A su vez, permite conocer un punto de vista único acerca de aquellas criaturas y parajes que enriquecen la cultura de Bolivia y del mundo.
© Matías Orta, 2018 | @matiasorta