domingo, 3 de mayo de 2020

Jessica Sanjinés

“Averno”, el primer videojuego del cine boliviano

Cultura
    • Afiche. Imagen de promoción de la película de Loayza. | ARCHIVO
    Publicado el 03/05/2020 a las 0h00
    Jessica Sanjinés

    Dicen que el coronavirus ha traído, además del fin del mundo, algunas buenas cosas. No me consta, pero tampoco lo descarto. Hace unos días, una colega cultureta me comentó, por ejemplo, que la cuarentena le había dado al fin la posibilidad de ver muchas de las películas bolivianas de las que he escrito en éstas u otras páginas. Me lo dijo con un entusiasmo que me fue imposible comprender, menos replicar. No me salió ni un emoticón alegre en la teleconversación que nos reunió en medio del tedio infinito de los días de la peste. No soy precisamente de las que celebran con orgullo chauvinista los estrenos bolivianos, ni siquiera ahora que estamos a punto de extinguirnos como país y especie.
    La colega me contó que vio varias de cintas liberadas en internet por sus autores durante las primeras semanas del confinamiento, y de hecho interrumpió nuestra anodina charla para visionar una producción de título mefistofélico que no recordaba con precisión, pero que había estado esperando por muchos días y de cuyo director leyó reseñas elogiosas. Con más morbo que interés desempolvé mi televisor y busqué la susodicha película. Su infernal nombre, “Averno”, me ganó sólo por unos minutos, hasta que el relato cinematográfico devino en un videojuego de estrategia y combate ambientado en la mitología paceña. O peor: el video de demostración de un juego en el que el “player” está retado a salir vivo de la noche chukuta.La pena es que, una vez finalizado el “tutorial” para aprender a jugar, no hay chance de hacerlo. Porque, en efecto, aunque sus formas lo delaten como un videojuego, “Averno” quiere ser un largometraje. No se lo puede jugar.
    No es extraño que Marcos Loayza, su director, se ocupe con tanto denuedo de la construcción escenográfica y sonora, y se esfuerce en hacer decir a sus actores unos parlamentos de aspiración literaria que, sin embargo, cumplen una función más ornamental que estructural. Importa la experiencia sensorial más que el relato.
    Convertido en un Tolkien criollo, el cineasta despliega su imaginería visual para darle forma y vida a los monstruos de la nocturnidad paceña, con los que puede despertar alguna fascinación visual, pero que, de tan acartonados, se me antojan como unos robots folclorizados, criaturas meramente artificiales, típicas del videojuego, a las que toca enfrentar, burlar y superar, como se enfrentan, burlan y superan los niveles en un juego hasta llegar a la batalla final que ha de convertirte en “winner”.
    Como relato cinematográfico, “Averno” es un fracaso. Cuenta una historia que depara sopor a medida que avanza, despojada como está de la chispa de los primeros trabajos de Loayza (“Cuestión de fe” y “El corazón de Jesús”). Como experimento formal que tiende puentes entre el lenguaje del videojuego y el cine, tiene algo más que dar. Dudo que ese fuera su cometido, pero ahí está. No deja de ser patético que, en estos días en que la filmografía boliviana se nos ha vuelto milagrosamente accesible, descubramos que a nuestro cine le salen mejor los videojuegos que las películas.