Texto entrevista de Marcos Loayza, La Paz, Bolivia
¿Qué
es lo andino cuando se habla de arte, cuando se habla de cine andino? ¿Se puede
decir que existe un cine andino?
En
los últimos tiempos para fines de estudio o vaya uno a saber con que fines se acostumbra
mucho a encasillar y determinar lo que un artista hace según su género, su generación,
su condición sexual, su ubicación territorial o su nivel de pobreza o
prosperidad; a la hora de hacer una película o una obra uno se guía o sigue las
marcas que le dan los instintos, uno refleja parte del universo que tiene
dentro; otra cosa no puede hacer. Es decir un artista desea, presenta una obra
a secas, no lo hace con la esperanza de ser el mejor ejemplo de arte femenino,
o arte andino.
Pero
entiendo que eso de lo andino, sí marca de alguna manera la forma de mostrar y
sobre todo de ver las cosas; por ejemplo Mikis Teodorakis para poner la música
a una película de su compatriota Costa Gravas sobre la dictadura y los
tupamarus del Río de la Plata (Estado de
sitio, 1973) decidió usar, trabajar la música con los Calchakies, un grupo que
imagino estaba compuesto por latinos exiliados que hacían un música latinoamericana
(andina) y todos quedaron contentos.
Y ese tópico de que el campesino
emponchado en medio de la puna representa a la América profunda a pesar de todo,
sigue usándose, y se usa por anga y manga, es decir lo usan tanto las fuerzas
que menos simpatizan con esta parte del mundo y su uso es casi peyorativo,
mostrando como somos de pobrecitos y miserables; como lo usan también, quienes hablan en nombre
de nosotros y de nuestra rebeldía, mostrándonos como indios rebeldes
emancipados.
Y
si bien lo andino no es algo que sea tan fácil de definir (a no ser a la CAF
que antes era algo de andina de fomento y ahora es un bando de desarrollo), porque
es indudable que hay un montón de usos, costumbres, conocimientos y saberes,
miedos, lenguas, climas, historias, mitos y circunstancias que nos unen y que
hacen algo que sea reconocible por nosotros como nuestro y propio. Algo que
tiene los Andes.
Y
lo paradójico es que toda la zona que está cercana de alguna manera a la
cordillera, a pesar de tener muchas cosas en común, son pocos los canales de
comunicación entre ellos, es decir que para un cinéfilo es mas fácil ver una
película ecuatoriana o boliviana en
París o Nueva York, que en su propia ciudad, o para un estudioso es mas fácil
encontrar textos en las universidades de los Estados Unidos que en las propias
bibliotecas, o es más fácil ser publicado en Méjico, España que en nuestras
propias editoriales.
Y
a pesar de tanta diferencia, que dicen viene de la época en que este territorio
estaba dividido en los 4 suyus, uno cuando ve una marcha, una danza o algo de
algún andino lo reconoce; a pesar de que en todas las regiones se hable un
castellano diverso, o un quechua totalmente diferente, o que en algunas zonas
se hable más aymara y pukina o inclusive guaraní, somos nosotros.
Ahora
viendo como miramos el mundo, ya podemos encontrar más solidez en las
coincidencias, pero ciertas cosas que algunos, por ejemplo, pueden llamar de
animismo, o cierta manera de entender las cosas con un fuerte relativismo, o
ver las cosas con una lógica trivalente, son cosas que si bien son andinas, son también comunes a casi todos los países
latinoamericanos que tiene alguna presencia o influencia de pueblos
originarios.
Lo
andino tal vez por todo eso sea una manera de hacerse, algo que está por venir,
algo que recién esta cobrando visibilidad, porque muchas de las cosas que se
dan, piensan y se sienten por acá y por allá, se comunican por canales que no
son los más comunes, sino de lo más extraños, como por ejemplo las obras en
plumas y trajes de las danzan que viajan para ser alquilados de pueblos en
pueblos para las fiestas, o las canciones, chichas y huayños que son casi
nómades y que mutan según la ocasión, o las leyendas que se mueven cambiando de
maneras y formas, o las figuras que
están en los tejidos que permutan a pesar de ser milenarios.
Entonces
por todo ello podemos tímidamente decir que es muy peligroso hablar de lo
andino, a pesar de su evidente presencia; por ejemplo se habló de nuestras
películas que manejan “un ritmo de edición andino”, que es una manera de ser
algo más lento y solemne a diferencia de la “edición caribe” que sería mas
banal y rápida.
Más
allá de todas esas anécdotas y a pesar de estar tan poco comunicados entre
nosotros y de vernos tan poco en nuestros propios espejos, creo que hay características
valiosas o que si pueden aportar a nuestras sociedades de una manera de hacer
arte, de algunos que viven en los Andes. No de todos, porque es bien sabido que
con la globalización y el monopolio existente en casi todos los eslabones de la
cultura, hay una extraña uniformización de los productos y los comerciales; y
los centros culturales son cada vez más parecidos entre si de todas partes del
mundo como sus programas de televisión, sus telenovelas, sus novelas y sus
películas.
Y
esas características tienen que ver con una cierta manera de entender las cosas
que recibimos como legado y que está en el aire más que en cánones, tesis o
academias. Son cosas de las que poco se hablan: una manera de entender las
fiestas y el alcohol que tendrá sus orígenes, tal vez, en lo ceremonial de antaño
o en el estado de explotación, una manera de vivir el territorio como una
necesidad suprema de sobrevivencia irrenunciable, que tendrá sus raíces en las
dificultades, una manera de ver el bien y el mal donde nuestra percepción del espacio-tiempo
es diferente y caben tres, el de arriba, el de acá y el de abajo: donde en el Manqha Pacha (espacio tiempo de abajo),
conviven los buenos con los malos, donde las cosas se vuelcan y el ángel allá
puede ser demonio, donde los santos
pueden ser crueles o traviesos, una manera de ver el destino marcadas por un
sino escondido casi travieso ( a diferencia de la tragedia griega), una manera
de ver y sentir la muerte más cerca de lo cotidiano y más como un viaje que
como la gran puerta final, una manera de entender la solemnidad más cercana a
la gualaycheria que el protocolo, una
manera de entender los códigos de comunicación muy apegado a las sutilezas que
las grandes expresiones, una manera de ver, casi más lógica, que el pasado está
delante de nuestros ojos y el porvenir a nuestras espaldas, una manera de relacionarse
con la naturaleza y cada una de sus manifestaciones.
Unas maneras en fin particulares a las
que estamos acostumbrados y nos pertenecen.
¿Todo
esto en el mundo campesino?
No,
para nada, ahí también y de eso se han ocupado los antropólogos, pero ahora
casi en toda la región la gente que se considera urbana sobrepasa el 60 % .
Y es más bien en las urbes donde esas
maneras que hablábamos, que es difícil de encasillar como un pensamiento, una
cosmovisión, una filosofía, una religión o apenas una suma de características,
(porque hay católicos y ateos que coinciden, marxistas y liberales por poner un
par de ejemplos) se expanden, hablan se visibilizan y toman conciencia de si
mismas.
¿Tiene
relación con el cambio político?
¿Todo tiene relación entre las cosas?
¿No?
Pero creo que las cosas hay que verlas más
desde una “memoria larga”, que en la inmediatez de la coyuntura política,
porque las cosas atraviesan a los andinos de gente que está inscrita en el Alba
o en la Alianza del Pacífico; creo que
los Aymaras crecieron con sus sistemas de resistencia antes de que nazca el
inca Huáscar. Es decir, creo que las cosas importantes suceden de manera lenta
pero irreversible.
¿Cómo
es entiende eso?
Pareciera que Bertonio escribió su
Vocabulario de la lengua Aymara, no para facilitar la catequización de sus
contemporáneos, sino para ahora, para nosotros, muchos años más tarde, para que
podamos hallar playas comunes en nuestro pensamiento, para poder ponernos de
acuerdo en nombrar las cosas.
¿Todo
esto qué nos dice o lo sustenta alguna ciencia social?
No, para nada. Hablo desde el
atrevimiento de quien se hace a sí mismo, con todas las deficiencias y huecos
negros que tienen los neófitos y los autodidactas, desde un lugar que me ocupa
la sensación, el sentimiento y la subjetividad, no el razonamiento; son cosas
que se reflexionan y se husmean para cada una de mis películas, porque en
última instancia uno hace una película para poder encontrar respuestas o
medianas certezas que preguntan el corazón, la intuición, los miedos, el deseo
y lugares de los que no tenemos conciencia clara.
¿En
todas sus películas?
Claro, en Cuestión de fe, leí y me embebí mucho de la manera particular que
se habla en la ciudad de La Paz el castellano y
de cómo el aymara y quechua lo influyen, sobre la fe y el azar; en Escrito en el agua de cómo lo andino
estaba en ciudades con fuerte presencia europea; en El corazón de Jesús sobre lo pícaro, la picaresca y la mentira y de
cómo se asimiló la burocracia en nuestra historia, como una gigante goma
flexible que ayudó a poder vivir entre tanta dificultad, de cómo y por qué se
usaba el “se acata pero no obedece”; en El
estado de las cosas sobre la manera de ver de los pueblos originarios el Estado
y su relación con él; en Las bellas durmientes cómo se relaciona
el poder y la justica en estos lares; en Qué
culpa tiene el tomate cómo y por qué funcionan y nos gusta tanto las ferias
y mercados, y en ésta última en que estamos trabajando, El Arcano Katari, que es como la suma de todas donde estamos
estudiando los mitos y el Manqha Pacha
y la ciudad de La Paz.
¿En
que etapa del proyecto anda?
Ahora estamos terminando de buscar socios
estratégicos y ayudas, y no es fácil porque pocos están dispuestos a invertir
en algo de lo que se conoce poco y nunca antes se ha visto.
¿Está
orgulloso de ser andino?
Cuando alguna gente dice y suele decir:
“en este pueblo no hay ladrones” se me eriza la piel y siento qué fácil es caer
en fascismos, por eso creo que simplemente soy de acá y hago como todo
individuo medianamente sensato y dotado de algo de sentido común hace al
mirarse al espejo: reconocerse mirarse tal como se es y usar el reflejo que me
devuelve el espejo a mi favor. Uno es como es, el orgullo y los nacionalismos
son muy peligrosos, creo.